La vergüenza de llamarse “Antena”

Dejemos de lado por hoy las inclinaciones políticas de cada cual. En este tema que nos ocupa no deberían tener importancia.

Ponte en el lugar de un guionista competente. Ha terminado el guión definitivo para una película. Ha planteado la acción en tres equilibradísimos bloques, calculando a la perfección el peso de los diálogos. Ha medido el ritmo de cada escena en solitario y en el conjunto con una precisión casi milimétrica. No sobra mi una secuencia. El conjunto es de una perfección que sólo los clásicos pasados o futuros podrán superar. De hecho, es posible que él sea un futuro maestro. No es sólo un guión. Todo fluye, encaja y encima en su momento idóneo.

Luego llega el productor. Él tiene sus propias ideas de lo que es un guión redondo, y no son necesariamente similares a las del guionista. En este momento, es posible que aparezcan otros guionistas, con sus íntimas concepciones de la perfección.

Al final queda un emborronado guión que medio satisface a todo el mundo, y si no, cobran igual y el dinero hace acallar las dudas. Pero de todas formas, la historia y la acción sigue teniendo una coherencia interna por encima de las manos que la toquen.

Casi al final llega el director, que presionado por las ideas o nuevas tendencias del productor y del montador, y por las generosidades o pobrezas del presupuesto, hace lo que puede. A veces mejor o peor, pero siempre con algún objetivo: un ritmo, una prosodia, unos diálogos perfectamente encajados, un significado detrás de cada significante. Y ya está. Película realizada.

Y entonces llegas tú, Antena, y tus demás amiguitas. Y toda esa pelea con las letras primero, y con los actores y personajes que rodean la lucha cinematográfica después, se va a la mierda porque te sale de las pelotas.

Te la suda cortar una escena en un momento de tensión para colocar anuncios. ¿A quién le importa el ritmo? Los diálogos tampoco son un problema, si ya sabemos que en el fondo siempre dicen lo mismo. Lo podemos cortar igual en cualquier conversación. Lo importante son los anuncios, por supuesto. Recuerdo una vez (“Scream 3”, si mi memoria no falla demasiado) que te pasaste mucho con los anuncios, y te pasaste mucho de hora, y lanzaste el siguiente programa sin haber finalizado la película. Bueno, puede que rectificaras a los diez minutos y volvieras a la película… pero créeme, ya nos importaba un bledo.

Y así iban las cosas hasta ayer.

Pero ayer ibas a purgar todos tus pecados. Lo anunciabas a los 4 vientos: Unida a NOTRO Films, y gracias a la Televisión Digital Terrestre (en la “ínclita" cadena “Antena. Neox") ibas a dar buen cine. E ibas a respetarlo.

“La Noche Sundance”, se llamaba, e iba a empezar con “Old Boy”. Una película coreana, en versión original, subtitulada… vamos un gran sacrificio contra los intereses publicitarios!!!

Pero tú, anormal, sólo tú podías ser capaz de machacar una y otra vez esos subtítulos con un estúpido texto que decía una y otra vez que era una película en VO, una y otra vez, una y otra vez.

¿No crees que ya ha llegado a un ridículo colmo?

Basta.

Deja de dar películas y dedícate a la series para anormales como tú, y a programas sobre tripas y falta de respeto… vamos, todo eso que sabes hacer tan bien.

Atentamente.

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