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domingo

Alabando a la nada...

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Publicado originalmente en antarctica starts here el 29-03-07

De que "300" no sea más que un pedazo de vistoso cartón-piedra, perfecto para adornar espacios tan vacíos como su propuesta, no es responsable su escaso rigor histórico (más que escaso, ausente). No es de recibo exigir a una película que ejerza labores divulgativas. Tampoco se puede culpar a su premisa estética, dirigida a mentes vírgenes, amamantadas con vídeosjuegos y vídeoclips de Rammstein, siempre predispuestas a dejarse deslumbrar por el estruendo del trueno pese a que éste sea acompañado de una tormenta seca. En realidad, su gran deficit es la nada que generan sus impostados excesos.

Y es que no hay otra cosa, tras la fachada de este cómic animado, salvo descalibrado exceso. Todo aquello que en la novela gráfica supone una virtud, se convierte en lastre al trasladarse a celuloide; y eso es algo que Frank Miller, con la sumisa complacencia del director Zack Snyder, parece no entender. La fortuna que acompañó a su "Sin City", al caer en manos de un prestidigitador del talento de Robert Rodriguez, no se repite en esta ocasión, para la que Snyder parece haberse limitado a asentir a cada uno de los deseos del testoterónico creador del cómic, lo que termina por conducir la película a un desfiladero tan profundo como el que sirve de pretexto a su emponzoñado guión.

"300" no es mala. "300" simplemente no es. No es más que un énfasis constante que termina por generar cefaleas al espectador descreido y fervor guerrero al entregado. Ante la ausencia de coherencia en el guión, la narrativa se desplaza a trompicones en busca de la siguiente frase lapidaria que permita dar paso a una nueva escena de batalla filmada en slow motion; todo para salpicar, una y otra vez, la pantalla de sangre. No parecen buscar otro objetivo. Ni parecen necesitarlo, pues no hay motivaciones ni hilo que enebre su presunta textura dramática. Buenos, malos y traidores; eso es todo. Y de hecho, eso es todo lo que emparenta a este péplum con su infinitamente más estimable predecesor, “El León de Esparta”: la simpleza de su discurso (por pura vergüenza ajena, prefiero no ahondar en sus torpes referencias políticas y filogays).

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De su poca credibilidad, más allá de lo visual, no se puede responsabilizar al poco o mucho esfuerzo empleado por los actores en hacer creibles sus personajes. Su debilidad nace en otro lugar. Una y otra vez, las serias carencias de su poco carismático reparto, se resuelven con gritos de arenga ante cualquier situación, de tal modo que por momentos es difícil comprender si las motivaciones de los personajes obedecen al alma de un guerrero en liza por su libertad o a la de un psicópata sediento de sangre. De tan desdibujado modo son presentados sus protagonistas. Ése es todo el apoyo que reciben los actores de tan desastrado guión en su búsqueda por dan carnalidad a sus papeles.

Así, entre esteticistas efectismos a cámara lenta, planos-postal con eterno fondo gris e incontables jodidas llamadas al honor y al orgullo espartano, transcurren dos horas de enfático vacío. Mientras, la crítica se divide entre los apóstatas que denuncian su pobreza y los aliados con un público, mayoritariamente adolescente, que la ha coronado indiscutible reina de la taquilla (180 millones de dólares recaudados al escribir estas líneas).

No hay más que decir. El pueblo ha hablado. Ha nacido un nuevo clásico. Alabemos, pues, a la impostura confundida con arte cinematográfico. Alabemos a la nada…


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