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miércoles

Sitges 2017 - Especial La Sombra del Vampiro: Nosferatu (Werner Herzog, 1979)



nosferatu1979


Por Hombre Lobo

1979 fue un buen año para los vampiros; tres producciones importantes de estos chupasangres fueron estrenadas casi simultáneamente con menor o mayor éxito y/o prestigio. Yo tenía apenas un año de edad, así que tuvo que pasar un tiempo para que pudiera ver la miniserie Salem’s Lot, dirigida por Tobe Hooper y basada en la novela homónima de Stephen King, o para que pudiera echarle un vistazo a ese increíble trabajo de George Romero llamado Martin. El tercer vampiro que ocupó la cartelera de terror ese año fue un producto de más "renombre", una obra de art-house, no de cine, sino de cinèma: se trata del remake de Nosferatu (1922), aquella mítica película muda de F.W. Murnau y que esta vez llegara de la mano de otro genio alemán, Werner Herzog, y su actor fetiche, Klaus Kinski.

Para su particular homenaje a la que fuera la primera gran película de terror de la historia del cine, Herzog buscó copiar el estilo de la original y, al mismo tiempo, salvar las diferencias que existían respecto a la novela (ya se sabe que Nosferatu no es más que una mal disimulada adaptación de Drácula, la novela de Bram Stoker). Es por eso que, esta vez, los nombres de los personajes principales vuelven a ser los mismos que en la obra del novelista irlandés: en vez del conde Orlock, nuestro villano pasa de nuevo a llamarse Drácula, su víctima se llama ahora Lucy, y el marido engañado vuelve a ser Jonathan Harker. La ciudad, ahora sí, se traslada de Bremen a Bismarck. En todo lo demás, sin embargo, la versión de Murnau prevalece casi en su totalidad.

Jonathan Harker, empleado de una compañía de inversiones y bienes raíces, es enviado a Transilvania, al castillo del conde Drácula, para cerrar un importante negocio; al parecer, este misterioso miembro de una decadente nobleza desea comprar unos terrenos en Bismarck y está dispuesto a pagar un buen precio. Pero Lucy, la mujer de Jonathan, tiene unas terribles pesadillas que vinculan el viaje de su marido a una horrible desgracia. De sobra está decir qué es lo que sucede: Drácula ataca a Harker y, seguro en sus nuevas posesiones germanas, comienza lenta pero efectivamente la destrucción de la ciudad, no solamente a través de su infecciosa mordida, sino a través de la peste que ha traído consigo, representada en una plaga de ratas. Jonathan se encuentra inutilizado debido a la agresión del vampiro, por lo que es Lucy la que deberá vencerle, aunque esto signifique hacer el mayor de los sacrificios.

Resulta obvio cuál es la ventaja técnica que tiene la película de Herzog sobre su antecesora; al incorporar el sonido, Nosferatu puede explorar a través del diálogo aquellos temas que anteriormente sólo pudimos apreciar a través de la imagen. El principal de ellos es el tema de la muerte, la cual está perfectamente personificada en la figura del conde Drácula. Es importante destacar acá como Herzog ha permanecido fiel a la figura que Murnau creara para su monstruo; el vampiro está muy lejos de ser el seductor succionacuellos al que estamos acostumbrados, y vuelve a ser ese adefesio pálido con cara de rata blanca. Kinski está genial en la piel de la criatura, cuyos dientes (incisivos, que no colmillos) recuerdan a los de los miles de roedores que ha traído consigo (no en balde se confunden los efectos de la peste con la amenaza del conde). Esta lectura nos es mostrada en todo su esplendor durante la escena en la que Lucy (una bellísima Isabelle Adjani, que me ha cautivado desde que, siendo un niño, la viera en esta película una madrugada por la tele) recorre las calles de la desolada ciudad sólo para encontrarla infectada de ratas y con la gente, resignada a morir, celebrando insalubres orgías en la calle, en medio de una macabra danza de la muerte.

Nos encontramos quizá ante una de las películas más accesibles de Herzog, cuyo respeto por el material original lo ha llevado a una puesta en escena austera y casi privada por completo de efectos especiales. De hecho, pocas películas de terror han dependido tanto de la caracterización a la hora de lograr su cometido. Si Kinski encarna el horror en estado puro, la Adjani despide una belleza tan pura y frágil que resulta prácticamente hipnótico verla. Su palidez de porcelana la convierte en la heroína gótica por excelencia, y su escena final con el conde consigue crear un ambiente erótico muy intenso a pesar de la asquerosa presencia del vampiro. Mención especial, por supuesto, para ese encuadre con el que cierra la película.

La edición de Zona 1 de Nosferatu trae las dos versiones que fueron filmadas simultáneamente: una en inglés y la otra en alemán. Ambas son excelentes (si bien yo solamente conocía la primera, que fue la que se estrenó en mi lado del planeta) aunque conservan ciertas diferencias de tono. En cualquier caso, se trata de un filme curioso que ningún aficionado al cine vampírico puede dejar de revisar.



yume

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