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martes

Baisers volés

Y la deuda de “Antoine et Colette”

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Les quatre cents coups” está dedicada al hombre que junto con Griffith me explicó qué es el cine.

Bazin no pudo ver el film en las salas ni tampoco cómo Truffaut recibió el premio Cannes.

En 1968 el turno fue para el hombre que fundó la cinemateca francesa, evitando que muchas películas fueran destruidas por el régimen nazi.

Baisers volés” está dedicada al padre de los infantes de la Cinémathèque. Henri Langlois fue un hombre de cine, aunque a Malraux le disgustara su arrogancia.

De la torre Eiffel a Antoine en una celda de un cuartel militar. Lógica es, creo yo, la relación entre la torre y Doinel en “Les quatre cents coups”, aunque ahora parece tomar una dimensión más, la de considerar París como una prisión.

Dentro del cuartel se imparten clases, lo que crearía otra analogía con “Les quatre cents coups”. El Militar/Profesor regaña a Antoine. La escuela tomaría entonces otra lectura: la escuela en París es un régimen militar.

Una mina antipersonas es comparada con una mujer, un hombre debe tener cuidado al acercársele. Breve resumen de las relaciones que tendrá Antoine con las mujeres.

Parece que el niño Antoine está ahora encerrado en un cuerpo adulto, conserva la misma impulsividad, la misma prisa que antaño. Aunque sigue enamorado de Balzac. No solo es magistral que lo primero que haga Antoine al salir del cuartel sea visitar un burdel, sino que sale como ha entrado: corriendo. La diferencia es que en la salida le acompaña la música, Antoine sigue siendo el mismo niño que corre solo por París como si alguien le persiguiera.

Antoine frena su carrera como Chaplin al notar que pasará de largo la puerta del burdel. Antoine se balancea en la barandilla de su balcón. Como niño recién llegado de vacaciones, saca el polvo a su cochecito.

Lubitch, Buñuel y Chaplin son para mí los grandes maestros de la elipsis, Truffaut hace lo propio en la secuencia del hotel, el rostro de Christine revela que han pasado ocho días.

Truffaut parece homenajear todo el cine que Langlois proyectó en la Cinémathèque: películas de detectives, screwball comedies, cine mudo... además, repasa/homenajea todos aquellos elementos cinematográficos que vio en dichas sesiones: el iris, el zoom, el montaje entrecortado, la repetición...

Antoine repite decenas de veces el nombre de Fabiane, el de Christine y el suyo propio ante un espejo. De esta manera Truffaut muestra la duda del personaje. Ama a Christine e idolatra a Fabiane, por eso llega a cuestionarse su propia identidad.

La búsqueda del amor continúa, pero nos sigue pareciendo imposible. Cuando Antoine persigue a Christine, ésta le esquiva de una manera u otra, pero cuando es Fabiane los ojos de Antoine, Christine parece celosa y hace lo imposible porque éste último no sea ahora el que esquive.

Nicholas Ray dijo que las mejores películas de amor eran aquellas en las cuales nunca se dice “te quiero”. Antoine y Christine deciden sincerarse y prometerse en matrimonio, y todo a través de mensajes escritos. Esto no es solo un brillante ejercicio de diálogo mudo, sino que es precioso por el simple hecho de ser lo inverso a lo que planteó Welles en su “Citizen Kane”: Si Rosebud era un secreto entre Welles y el espectador, el diálogo entre Antoine y Christine se reserva como algo privado, donde el espectador no necesita saber qué se ha dicho, sino lo que se produce gracias a aquello que se ha dicho.

La música me dice que Antoine busca en las prostitutas el amor que se le ha negado, Truffaut me dice que busca el amor desesperadamente, pero que no cree que lo encuentre.

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2 comentarios :

Anónimo dijo...

La sutileza es la esencia de todo género, más en el caso de las películas que hablan del amor, su búsqueda y sus estragos.

Recuerdo que uno de los mejores finales que he visto fue el de "El año que vivímos peligrosamente", cuando Mel Gibson se encuentra en al escalerilla del avión con Sigourney Weaver y la cámara se aleja pudorosamente sin que lleguemos a saber que se dicen en un momento tan intimo.

Truffaut dominaba las sutilezas y lo supo explotar. Y aunque Antoine Doinel resultaba irritante en muchas ocasiones, terminó por ser el personaje más sutil de su filmografía... su alter ego, su propia encarnación en celuloide.

Saludos.

Liliana dijo...

Bonito homenaje a ese niño que nunca terminó de crecer y que se llamó Truffaut.