Por Hombre Lobo
Universal Pictures fue la primera que sacó partido públicamente de la novela Drácula, de Bram Stoker, pero fue la versión de la Hammer Films, estrenada por Terence Fisher en 1958, la que convirtió al conde en icono pop. Fue también un inmejorable paso adelante para la productora británica, quien superaba así el éxito de La maldición de Frankenstein (1957), la película que dio inicio a su reinado. Incluso hoy, a medio siglo de su estreno, es fácil darse cuenta de por qué la Hammer consiguió el éxito que tuvo tomando un personaje clásico y reinventándolo para excitar el morbo del público. Porque en eso estamos claros: las semejanzas de Drácula (1958) con la novela en la que se basa son mínimas, algo que nos deja ver de forma bastante evidente en los primeros minutos de la cinta, cuando descubrimos que Jonathan Harker, el joven leguleyo que se ha alojado en el castillo del conde de Transilvania, es en realidad un cazador de vampiros enviado en una misión secreta para acabar con el Príncipe de las Tinieblas.
A partir de este primer encuentro con el monstruo, Fisher construye su versión de Drácula como un cuento de la lucha entre el Bien y el Mal en el que ambos personajes son pasados por el tamiz épico/gótico de la Hammer Films; el conde es visto por el público en su doble faceta de encantador aristócrata y demoníaco monstruo de ojos inyectados en sangre y colmillos desproporcionadamente grandes (es ese cariz monstruoso el que tan bien encarna Christopher Lee: fuera de la secuencia inicial, su personaje casi no tiene diálogos). Su némesis el Dr. Van Helsing es aquí el hombre de Ciencia enfrentado a fuerzas malignas y transformado en impagable héroe de acción con un Peter Cushing dando cabriolas, crucifijo y estaca en mano.
Pero donde realmente está el mayor aporte de la cinta de Terence Fisher es en haber conseguido aprovechar el mito erótico de Drácula (y de los vampiros en general) a un nivel ni siquiera soñado por la versión de Tod Browning. Mientras el Drácula de Lugosi "hipnotizaba" a las mujeres para dedicarse a sorber la sangre de una doncella desmayada en contra de su voluntad, el conde interpretado por Lee ejerce una atracción diabólica sobre sus víctimas, que se entregan voluntariamente a sus apetitos. Dicho detalle no solamente añade una capa mayor de trasgresión a la película (sin duda osada para la censura de la época), sino que además calza a la perfección con el mensaje de la novela según el cual la figura de Drácula representa los mayores temores ocultos de la sociedad victoriana que invade con su presencia.
La película fue titulada en los Estados Unidos como Horror of Dracula para diferenciarla de la versión de 1931 (con Bela Lugosi como el conde), que todavía, más de un cuarto de siglo después, se seguía presentado esporádicamente en los cines y estaba grabada al fuego en el inconsciente colectivo. El éxito de la versión de la Hammer generaría asimismo una larga ristra de secuelas en la que Christopher Lee y Peter Cushing retomarían sus respectivos papeles (aunque no siempre coincidiendo en la misma película). La Hammer Films acababa de hacer su entrada triunfal.
A partir de este primer encuentro con el monstruo, Fisher construye su versión de Drácula como un cuento de la lucha entre el Bien y el Mal en el que ambos personajes son pasados por el tamiz épico/gótico de la Hammer Films; el conde es visto por el público en su doble faceta de encantador aristócrata y demoníaco monstruo de ojos inyectados en sangre y colmillos desproporcionadamente grandes (es ese cariz monstruoso el que tan bien encarna Christopher Lee: fuera de la secuencia inicial, su personaje casi no tiene diálogos). Su némesis el Dr. Van Helsing es aquí el hombre de Ciencia enfrentado a fuerzas malignas y transformado en impagable héroe de acción con un Peter Cushing dando cabriolas, crucifijo y estaca en mano.
Pero donde realmente está el mayor aporte de la cinta de Terence Fisher es en haber conseguido aprovechar el mito erótico de Drácula (y de los vampiros en general) a un nivel ni siquiera soñado por la versión de Tod Browning. Mientras el Drácula de Lugosi "hipnotizaba" a las mujeres para dedicarse a sorber la sangre de una doncella desmayada en contra de su voluntad, el conde interpretado por Lee ejerce una atracción diabólica sobre sus víctimas, que se entregan voluntariamente a sus apetitos. Dicho detalle no solamente añade una capa mayor de trasgresión a la película (sin duda osada para la censura de la época), sino que además calza a la perfección con el mensaje de la novela según el cual la figura de Drácula representa los mayores temores ocultos de la sociedad victoriana que invade con su presencia.
La película fue titulada en los Estados Unidos como Horror of Dracula para diferenciarla de la versión de 1931 (con Bela Lugosi como el conde), que todavía, más de un cuarto de siglo después, se seguía presentado esporádicamente en los cines y estaba grabada al fuego en el inconsciente colectivo. El éxito de la versión de la Hammer generaría asimismo una larga ristra de secuelas en la que Christopher Lee y Peter Cushing retomarían sus respectivos papeles (aunque no siempre coincidiendo en la misma película). La Hammer Films acababa de hacer su entrada triunfal.


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